Por Josefina Salvo
El domingo era como una repetición para él: música de fondo, en su sillón, a una tenue luz, los cigarros a un costado y sus anteojos de lectura por la nariz. Allí comenzaba Sherlock Holmes leyendo el periódico, siempre deteniéndose atentamente en la sección informativa sobre asesinatos. Era su pasión investigar los casos. Eran las 11.40, se detuvo en algo particular que salía en las noticias desde hace ya unos cuantos días, Holmes había perdido la cuenta, se trataba del caso de una joven desaparecida, por la que ofrecían una recompensa interesante. Eran momentos complicados para él, así que decidió llamar un viejo amigo del cuartel policía y ponerse a hacer lo que más le gusta: ser un detective estratégico.Tenían pocas pistas que, de por sí, eran mediocres e inútiles. Empezó a investigar yendo a visitar primero a familiares de la joven lo cual fue inútil, se negaron a dar información. Pero,logró comunicarse con su mejor amiga Jane. Holmes pudo notar la tensión al expresar datos de la última vez que se vieron con la desaparecida. Mientras anotaba cada detalle de la joven, notó que un hombre, alto, flaco, con barba, gafas y gorro los observaba de lejos. Holmes paró el testimonio y fue a comunicarse con las autoridades.
Llegó exaltado diciendo que ya tenía todo, que él estaba seguro de lo que hablaba. Persiguieron al muchacho, lo detuvieron y allanaron su casa. Al llegar ese lugar, Holmes encontró una gran variedad de fotos de Jane, que le dieron la idea de que ella sería la próxima. Era el culpable perfecto, mientras tanto, en la comisaria, el muchacho declaraba que él no había secuestrado a la joven desaparecida, que había llegado a la ciudad hace solo 2 horas, era imposible pero Holmes, en su casa, había encontrado una gran escena del crimen: el sótano estaba repleto de extrañas armas y, mientras observaba el lugar, se imaginaba detalle por detalle dónde él escondería a la joven desaparecida. Sonó el celular de Holmes, Jane se encontraba en la comisaría. El detenido era su marido, era inocente y el caso de nuevo se abría.
Pasó a explicar que ese lugar realmente no era su casa, era de su padre, un enfermo psicópata que estaba bajo arrestro hace varios años;eso explicaba lo del sótano. Para Holmes, fue un desperdicio de tiempo pero notó en Jane esa sensación de que debía decir algo y le tomó otro testimonio.
Allí la muchacha confesó todo: que el último día que se había visto con su mejor amiga, en realidad, estaba arreglando vía internet para encontrarse con un chico detrás del restorant King. Holmes fue hacia el lugar, se bajó de su coche y encontró marcas feroces en el piso de un auto, pidió ver las cámaras de seguridad y allí estaba “la muchacha desaparecida” siendo secuestrada por aquel chico. Homes sabía qué hacer: salir de nuevo hacia el lugar de encuentro y resolver ese misterio.
Parado allí, se puso en la piel del criminal y siguió el rastro del gran descuido. Sí, las ruedas del auto llegaban hacia un campo, donde ya no dejaban rastro. Él lo sabía, la muchacha desaparecida se encontraba allí adentro, quien sabe dónde. Llamó a las autoridades y comenzó el rastrillaje. Se encontraron ante la escena del crimen: un granero y, adentro, la muchacha desaparecida ya muerta. El criminal había realizado una masacre con su cuerpo: se encontraba descuartizado. A Holmes no le dejó otra opción que mirar las armas utilizadas para matarla. La había mantenido cautiva durante una semana entera, se aviso a los familiares, y lo único que quedaba por hacer era poner bajo arresto a el asesino.
Fue sencillo, Holmes ya lo tenía ubicado, las pistas eran claras: era un hombre enfermo de Internet, que vivía en ese campo, su casa estaba a unos 800 metros del horror. Homes lo sabía desde el momento que entró a ese granero, la revelación estuvo vinculada con las pisadas de sus zapatos viejos por todo alrededor. Mandó a las autoridades a buscarlo, les dijo el punto geográfico exacto donde se encontraba y así fue que, a los pocos minutos, el criminal se vio en el coche de la policía, junto con su sentencia a muerte .
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