Ana retomaría su vida como periodista en la gran
ciudad, allá tenía su mundo, su familia y un gran futuro.
Franco, en cambio, se quedaría allá en Mar Tranquilo
donde nació. No conocía otro mundo. Su casa frente al mar, una especie de
cabaña, una pequeña lancha y su dedicación por la pesca.
Ambos se conocieron en enero y se enamoraron a
primera vista, vivieron el verano más hermoso de sus vidas. Al llegar marzo, se
dieron cuenta que se tenían que separar.
Ana no tenía futuro en su
profesión si quedaba allí, y Franco no podía soportar vivir en la gran ciudad.
Fue así que cada uno retomó con sus vidas.
Habían pasado dos meses, cuando por todos los medios se anunciaba la
noticia que, en Mar Tranquilo, el agua había arrasado con parte del poblado. Cuando
Ana se enteró, no dudó en salir para allá.
Al llegar a la costa, ya era de noche, apenas unas
pocas luces mostraban con su reflejo la desolación de ese lugar. Ana quería
ubicarse para llegar a la casa de Franco y comenzó a caminar hacia la costa.
Llegó hasta el lugar pero no había nada, solo una fogata en lo alto de un médano
y unos hombres tratando de calentarse. Corrió hacia ellos y preguntó si conocían
a Franco, los hombres se miraron entre ellos y, con el rostro lleno de dolor,
le comunicaron que había desaparecido, el agua había arrasado con todo, incluso
con su casa.
Ana sintió que se le aflojaban las piernas, su corazón
comenzó a latir fuertemente, no podía seguir escuchando a esos hombres. Corrió
hacia la costa y comenzó a llamar a Franco, sin obtener respuesta.
Lloró sentada en la arena hasta el cansancio y,
cuando se pone de pie para irse, ve en el mar la silueta de su amado pero como
un invisible hilo de luz desaparece.
Franco ya no volvería.
Mariano Santos, 2012,
5°3°
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