Era
aquel sitio donde uno soñaría por siempre. Así
lo sabía el pequeño enano que por meses lo buscaba, sin siquiera saber
si existía o no. En su trayecto, contemplaba el paisaje, guardaba en sus sueños
lo más bello. Por ello, al vaguear durante horas, debía soñar una forma de almacenamiento.
Quizás el ambiente,
aunque sea vivo, cobraba más vida y movimiento para el pequeño. En su mundo,
las flores lo envolvían y le arrojaban su bello perfume. Las aves lo llevaban
de recorrido por las nubes, estas sin presumir su majestuosidad, les cedían el
paso. La Luna, su toque sobre las montañas era magnífico, precisamente en
invierno, donde reflejaba al increíble Sol, mostrando la totalidad de las
constelaciones:
“Noche y día estoy mirando flotar delante de mis ojos
aquellos pliegues de una tela diáfana, que intenta mostrarme algo, por detrás
de las colinas “.
Soñó, hasta que la Luna estuviese llena. De esta forma,
observaría mejor el camino. Toda una larga noche para quedar enfrentado a una
robustosa planta. A un paso interrogativo, se adentró en ella, su rostro cambio
completamente, no podía creer lo que veía, su mundo no había conocido semejante
paraíso, allí habitaban las deidades de estos bosques.
El enano decidió dormir en una bella pradera, para poder
recordar sus sueños en un futuro.
Al día siguiente, este no despertó, tramposo ese arbusto,
que lo envenenó sin rencor.
Facundo Casales,2012, 5º3º
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