sábado, 25 de agosto de 2012

EL SIRVIENTE DE FLORENCIA

   Sin moverse o defenderse. Sin decir una sola palabra, Ezio Auditore recibía los agotadores golpes de su patrón Rodrigo Borgia.
   Sirviente de la familia de generación en generación , Ezio era un hombre sin maldad, digno de honestidad y de guardar en él cualquier secreto que se le fuera confesado. ¿Por qué golpearlo? ¿Por trabajar mal, por desobediencia, quizás? No, por el simple hecho de mirar a los ojos a una señorita cuya belleza haría sonrojar hasta el hombre más rudo.
   Miraba sus ojos, esos ojos color café, tan llenos de vida, tan brillantes como el amanecer en primavera, tan hermosos como una rosa que se abre al salir el Sol
-¿¡Por qué miráis tanto a Claudia !? Eres una escoria inmunda, indigno de ver a una dama a los ojos. Eres como tu padre, amante de las zorras callejeras, sin respeto alguno hacia las mujeres.
   Los golpes cesaron. El criado se recomponía lentamente hasta ponerse de rodillas. Puso su mano derecha en su corazón y dijo:
-Lo siento señor, fue una tontera, jamás volverá a pasar
-La próxima vez que vuelvas a hacerlo te cortaré el cuello y clavaré tu cabeza en la entrada de mi casa ¿Me entiendes…? ¿¡Me entiendes!?
-Sí señor, sí
   Rodrigo se retiró de la sala, cerrando la puerta con furia. Ezio, asustado, ya en pie y con lágrimas cayendo hacia sus mejillas, fue hacia el patio mirando el piso. Allí lo esperaba su patrona, María Alejandra Borgia:
-Ezio, debes traerme unas pinturas que encargué hace unos días. Ve al taller de Leonardo está a unos metros, no muy lejos de aquí.
- Sus deseos son órdenes, mi señora. El sirviente marchó a ver al artista.
   Era una tarde oscura y triste en la ciudad de Florencia. Las nubes tapaban cada rayo de Sol que se les pusiera en su camino. Parecía un escenario, típico de un velorio o un entierro. Al llegar al taller, se encontró con un personaje vestido de rojo, que le sonreía:
-¿Eres el sirviente de los Borgia?
- Sí, señor – contestó – He venido aquí a buscar unos cuadros
-Mucho gusto, soy Leonardo Da Vinci, los cuadros están en aquella caja, llévaselos a María y envíale mis respetos.
   Al volver Ezio escuchó la voz de Claudia, creando una tonada tan hipnótica, tan sinfónica y perfecta. El sirviente no se movió, se quedó ahí, escuchando los suaves y hermosos tonos que provenían de su amada.
   Tras llevar las pinturas a María, el joven criado decidió ir hasta la habitación de Claudia, a seguir escuchándola. De repente, todo se calló, todo era silencio:
-¡Ezio! ¿Qué haces aquí?
-He llegado hasta tu cuarto escuchando tu dulce melodía amor mío
- Ohhh, Ezio, ¿Es que no lo entiendes? No podemos estar juntos, ni siquiera podemos mirarnos. Vete de aquí antes de que te descubra mi padre.
-Lo sé, Claudia, pero si morir fuera necesario para que sepas cuánto te amo lo haré.
- Ezio, me conmueves. Pero jamás estaremos juntos, mi familia te odia y nunca ablandarán sus corazones. Son personas cuya conciencia les impide amar.
   Con dolor en su corazón, un nudo en la garganta y un vacío en su alma, Ezio afrontó la triste realidad en la que vivía pero jamás se resignó a dejar de amar a Claudia. Para él, ella lo era todo.
   Al día siguiente llegó a la mansión Borgia un caballero sobre un caballo negro, vestido con la elegancia de un duque, con una sonrisa de dudosa felicidad y con sus ojos cubiertos por un antifaz.
El servidor le abrió la puerta preguntando:
-¿En qué puedo ayudarle señor?
El refinado hombre le respondió:
-         Soy Petruccio Di Medici, prometido de la hermosa Claudia Auditore, ¿Puedo pasar?
   El criado notaba algo familiar en su voz, en la manera en la que movía sus labios, en el tono de sus ojos.
-         No tienes nada que hacer aquí – replicó Ezio – Claudia es mía, tú eres un simple extraño a que veo por primera vez.
-         Muévete, esclavo estúpido, antes de que saque mi espada y te despedace por mil partes.
   En ése momento, el leal seguidor de Claudia recordaba las palabras que su padre había dicho: “Ezio, sólo se muere una vez, haz que valga la pena”. Fue en ese momento cuando decidió poner los brazos bloqueando la puerta y decir:
-No te dejaré pasar
-Está bien, no me dejas otra opción.
   Petruccio desenvainó su espada y cortó el cuello del pobre Auditore asesinándolo en el acto. Al contemplar tan horrible escena Claudia, tomó la ballesta de su padre y le disparó al asesino de Ezio en el medio del pecho. Sangrando, el caballero balbuceó:
-¿Por qué?
- Puede que nunca tenga una respuesta, puede que nunca entienda el por qué, pero amaba a Ezio y tú me lo has robado, me lo has arrebatado.
   El caballero lentamente fue muriendo sobre el suelo de la entrada de los Borgia. Claudia, sabía que jamás iba a superar el hecho de presenciar dos muertes frente a sus ojos. Con un estado de shock, fue hasta la catedral de Florencia, subió hasta el gran campanario y se arrojó desde allí con los brazos abiertos, libre de penas y de temores terminó con su vida.
   Pero… ¿Qué pasó con su padre? Fue encontrado en la entrada de su casa junto a un sirviente degollado con una flecha que lo atravesaba de lado a lado.
                                          Samuel Riegler, 5º 4º, 2012

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