domingo, 26 de agosto de 2012

NO HABÍA OTRA DESCRIPCIÓN...


Enamorado. No había otra descripción…
Ese rostro, su mirada tan atenta, su sonrisa tan brillante como el Sol en el amanecer, en fin, se sentía enamorado.
Así se encontraba luego de sus largas huidas del pueblo, donde las doncellas eran bellísimas, y los caballeros lo perseguían por todo el pantano para encerrarlo, todo por tomarle la mano a una de ellas.
- ¡No escaparás de esta chico, va a ser la última vez que te atrevas a meterte en este pueblo, todo por la mujer de un Templario! ¡Será tu última huida, me escuchas!
William corría, hasta que sus piernas no podían más, pero lo lograba. Ingresaba en el pantano y seguía corriendo, atravesando peligros ahí dentro. Incluso, lograba escuchar el eco de los Caballeros gritándole desesperadamente por atraparlo, pero ya era inútil.
Una vez atravesado el pantano, William retomaba su camino hacia su pueblo, contemplando el hermoso paisaje, con pequeños lagos y arbustos de bayas a su alrededor.

En su pueblo, empieza a correr la noticia entre los colonos:
- ¡Caballeros! ¡Eso dicen! – afirma una mujer, desesperada.
- Se comenta que los caballeros piensan atacar esa comunidad… me parece una tontería.
Algo irónico, porque supuestamente, hace unos años atrás, este pueblo era considerado como un templo antiguo de sacrificios de los Templarios. Ha sido un lugar incontenible de batallas y sacrificios, porque cada pueblo que reinaba ahí, terminaba sacrificado, muerto o desaparecido.
- ¡Como puedes estar tan… AHÍ VIENEN! – grita una señora estremecida.
A lo lejos, se escucha la tropa de caballos que galopean ferozmente. Entre el galopeo y el ruido de las armaduras chocando una con la otra, la gente empieza a alertarse y los guardias del pueblo se preparan para defender sus tierras, pero en un instante, el ruido va desapareciendo hasta escuchar simplemente un silencio absoluto.
La guardia del pueblo, se coloca en el corazón de la ciudad, quietos, sin mover un pelo, esperando el momento. Aunque ese instante, termina, cuando extrañamente desaparece toda la tropilla, y entra solamente un caballero a la ciudad, montado en su caballo, mostrando su sable reflejado por la luz del Sol y esa armadura, prácticamente, indestructible.
Se acerca a la guardia, deja una nota y se marcha. Nuevamente, se escucha el ruido de la tropilla ferozmente galopando, aunque el sonido se pierde a lo lejos, ingresando a los montes.
El guardia, curiosamente, lee la nota del caballero para sí mismo y luego la interprete a los habitantes, por detrás.
- El Rey Ignacio reclama este territorio pues, el mismo, pertenecía a un antiguo templo religioso y afirma su anexión. Abandonad su lugar inmediatamente, si desean seguir con sus vidas.
El pueblo, estremecido por la noticia, empieza a murmullar:
- No puede ser posible, no, no… no lo puedo creer.
- No podemos escapar, este es nuestro hogar.
Después de un largo momento de discusión y situaciones, la gente se disipa y vuelve a sus casas para abandonar el lugar.
A la mañana siguiente, la guardia del pueblo junto a su príncipe, le comunican al pueblo que no abandonaran el lugar, pues, el antiguo templo tiene muchos años y ya nada de eso existe. Todos los templarios desaparecieron o han muerto. Entonces, recomiendan a la población a quedarse y defender su tierra, pues, es su hogar y no se pueden marchar.
La gente, tranquilizándose, acepta y se preparan rápidamente para conservar su hogar.
Mientras tanto, William regresa al pantano, donde queda paralizado. Una de las doncellas que él anhelaba constantemente, se presenta. William, sorprendido, se esconde tras un árbol seco, pero ella lo descubre rápidamente.
- ¿Quién anda ahí? Acércate, no lastimo yo…
Al mostrar su rostro, la doncella queda enamorada. Era ese sujeto que le besó la mano y tuvo que huir.
- ¡Te reconozco! ¡Tú eres el joven que me besó la mano!
- Sí, fui yo… - responde William, nervioso.
- ¡No tengas miedo! No te voy a correr… acércate.
William quedó hipnotizado con ella. Su voz parecía de un ángel que descendía de las nubes.
- Si me ven los caballeros contigo, me encerrarán.
- Sí, es muy seguro. Pero, no quiero seguir estando bajo sus órdenes. Yo quiero una vida así…
- ¿Cómo así? No puedes vivir en un Pantano, es muy peligroso.
- No, ya lo sé. – Sonríe la mujer – Pero quisiera vivir fuera de todo, de un pueblo. Amo la soledad, la tranquilidad. Caminar por la noche, bajo la luz de la luna, escuchar a los lobos aullar a la Luna llena... No te gusta esto a vos?
- Sí, aunque me gusta estar más contigo. Pero va a ser imposible, tú nunca podréis abandonar tu pueblo y yo nunca podré estar contigo, pues moriré en el intento.
La mujer no pudo contener su emoción, luego de escuchar esas palabras del joven enamorado por ella.
- Haré lo posible para estar contigo, pero tendrás que esperar…
De repente, se escucha un sonido estremecedor. La caballería junto a sus caballeros, avanzaban rápidamente sobre el pantano…
- Rápido, escóndete atrás de esos arbustos. Que no te vean conmigo.
La mujer se relaja, simulando que nada había pasado, cuando se detiene los caballeros delante de ella.
- ¿Qué haces por aquí? ¿Estás con alguien? Te prohibí venir para este lugar, ya lo sabes…
- Lo siento señor. Pero no pude evitarlo…
- Ya está. ¡Cállate!... Ahora ven conmigo, que tengo un trabajo para vos.
El caballero toma a la doncella y la lleva consigo de vuelta al castillo. Mientras, William sorprendido que no lo descubriera, vuelve a su pueblo.
En su camino, no puede creer lo que ve. Su pueblo, fue atacado… destrucción por todos lados: Casas envueltas en llamas, sangre por todo el camino. William cruza el corazón de la ciudad, sin rastros de nadie. Al otro extremo, encuentra a la población desesperada, gritando sin cesar.
La guardia de la ciudad, al no poder contener el ataque, les ofrece espadas y diferentes objetos a los hombres para proteger sus bienes y a las mujeres. William, consternado, no puede creer lo que ve. Todo está totalmente destruido…
El joven toma una espada que le brinda un guardia y una breve instrucción de cómo utilizarla, aunque es en vano.
Los caballeros se presentan nuevamente en la población, tapados y armados. La población se dispersa rápidamente por todas partes, para escapar del ataque.
En eso, un caballero lo observa fijamente a William y lo persigue hasta salir del pueblo.
Con su espada en la mano, William se mete al pantano, con la intención de perderlo de vista; llega a su lugar, donde se encontró con la hermosa doncella y se esconde tras el mismo arbusto. Espera y espera, hasta oír el galopeo de un caballo que se acerca.
El joven espera el momento de atacar al caballero con lo poco que aprendió del guardia. El caballero se acerca y de un golpe mortal, William logra derribarlo de su caballo. En ese momento, el joven se lanza sobre él, con su espada y la clava en el pecho, haciéndolo agonizar hasta sus últimos minutos. Cuando le saca su casco para ver el rostro detrás de esa armadura, nunca imaginó que el caballero sería la mujer que amaba y anhelaba enamoradamente.
William se desvanece sobre el suelo, no puede creer que mató a la mujer con la que hubiera querido pasar toda su vida. Grita desesperadamente, llora y enloquece, se siente vacío.
En ese momento, aparece el caballero que lo amenazó cuando se escapaba de aquella vez del castillo:
- ¿Crees que no te vi? ¿Acaso pensabas que ese arbusto te iba a salvar? No, chico, no somos tan tontos… por algo somos caballeros. Esta traidora merecía algo peor, pero como lo hiciste vos, me siento honrado. No soy culpable de nada… Y, te dije, te dije que te iba a atrapar, sabes. Ahora vamos… – le ordena el caballero.
William, ya totalmente destruido por dentro, se levanta y el guardia lo lleva hasta su pueblo. Durante el camino, veía a las personas abandonar su hogar, con dos o tres pertenencias. Al llegar al corazón de la ciudad, se sitúan en la Iglesia, supuestamente, antiguo templo religioso.
El caballero lo agarra del brazo y le dice:
- Acá termina tu huida, chico, ya nada podrá salvarte. Los dioses te quieren y es mi obligación llevarte con ellos…
- ¿A qué te refieres? – responde William con lo último de sus fuerzas.
- No necesitas escuchar más… ahora, arrodíllate.
William obedece y no cree lo que ve. Uno de los guardias y el príncipe estaban tirados delante de él, sin señal de vida.
Era su fin, el caballero alzó su espada y reclamó:
- Ya no volverás a tocar lo que no te pertenece…
Y el caballero toma su enorme espada y asesina al joven, como un sacrificio a los espíritus.


MATÍAS MUHR, 5º 4º, 2012









 

No hay comentarios:

Publicar un comentario