martes, 21 de agosto de 2012

LA CARTA

     Realmente no sé cómo sucedió; tal vez fue producto del demonio que me poseía, estoy muy apenado.
     La historia comenzó así: era un día soleado y yo salía como todas las mañanas a caminar por el bosque, cuando de repente me encuentro con la persona más hermosa que haya conocido: morocha de ojos verdes, su nombre era Antonia. De repente, sentí que me empezaba a marear y perdí el conocimiento por unos segundos. Cuando desperté, vi que ella estaba ahí y me ayudó a recuperarme, me acompañó a mi casa y, desde ese entonces, todos los días hablábamos. A medida que pasaba el tiempo, me iba enamorando cada vez más de ella.
     Fue un 14 de febrero que me empecé a sentir muy mal, a tal punto que no la quería ver. Esa noche apareció en mi casa, yo no quería abrir pero tampoco la quería ignorar; así que la invité a pasar. Empezamos a discutir porque el día anterior habíamos quedado en que  íbamos a ir al lago que estaba cruzando el bosque a la tarde.  Ahí fue dónde pasó la tragedia, fui poseído una vez más.
Yo no quise, pero lo hice y la maté. No fui yo, sino el demonio que tenía dentro mío.  Con una fuerza que no podía controlar, la tomé del cuello y la ahorqué, cuando volví a mí mismo, me di cuenta que no había marcha atrás:  ella ya había muerto.
Ahora, ustedes, se preguntarán:  ¿por qué estaba poseído?
Cuando nací mi madre fue hechizada y, en consecuencia, yo también. Casi todas las noches pierdo la razón: no soy yo; por eso, los desmayos y el mal humor.
Yo la amaba y esto no me lo voy a perdonar nunca…
Si están leyendo esta carta es porque encontraron los cuerpos.  Sentí que no podía vivir más. Esto ya se estaba yendo de las manos y es, por eso, que decido quitarme la vida.

                                                                                                               Arturo Cervantes, 2012, 5º 4º

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